Contribuciones de María Marciani y Kuky Mildiner
En esta oportunidad, María Marciani -de la EOL Sección Rosario- y Kuky Mildiner -de la EOL- participan de este Corpus respondiendo a las preguntas realizadas por la Comisión Organizadora.
María Marciani
«Hay en el parlêtre al mismo tiempo goce del cuerpo y también goce que se deporta fuera del cuerpo, goce de la palabra que Lacan identifica, con audacia y con lógica, con el goce fálico en tanto que este es disarmónico con el cuerpo (…) un órgano de este cuerpo se distingue por gozar por sí mismo, condensa y aísla un goce aparte que se reparte entre los objetos a. Es en este sentido que el cuerpo hablante está dividido en cuanto a su goce». *
¿Qué nos puede decir sobre el goce en el cuerpo y el goce fuera de cuerpo?
«Hoy es fundamental, diferenciar este aspecto del goce en el cuerpo y las aventuras que tendrá en un proceso en cual se derrumba. La gente, tiene cada vez menos posibilidades de tener un goce en el cuerpo cuando se le ofrece el goce pulsional hasta la locura»[1]
Esta frase de Juan Carlos Indart es la que me orienta para situar algunos puntos sobre la pregunta que se nos formula. Me orienta por un lado en cuanto a ubicar una división entre dos goces y, por otro lado, respecto a la pertinencia de la pregunta en relación a los síntomas de la época, donde entre el derrumbe del cuerpo y el intento de recuperación indispensable para sostenerse en la vida, el mercado ofrece un sin número de respuestas, que no hacen más que reproducir ese circuito infernal y mortífero.
Es en su conferencia La Tercera, donde Lacan ubica a partir del nudo estos dos goces: el fálico, en la intersección de simbólico y real, fuera-cuerpo; y el goce Otro en la intersección del imaginario y lo real, fuera de lenguaje «en el cuerpo». El fálico, goce pulsional, que se extrae del cuerpo, en tanto se circunscribe a las zonas erógenas, se queda en ese borde, no entra al cuerpo, permite el armado del mundo y sus objetos, pero por su propio funcionamiento, «revienta la pantalla»[2], es decir, destruye todo imaginario. Por otro lado, el goce Otro, que es el que articula ese imaginario corporal a un real, sin el cual no tendría ninguna consistencia y que pone freno a ese empuje pulsional sin límite.
Entonces ¿cómo «ganar terreno» a ese goce pulsional, que, auspiciado por la época del consumo, sin el sostén del ideal, no hace más que arrasar esa consistencia? La vía que propone Lacan es el sínthoma, no en tanto «irrupción del goce fálico»[3] sino en tanto anuda, ese goce Otro, indispensable para el armado corporal, dimensión a pesquisar cada vez, con mayor precisión, en la presentación de los síntomas actuales.
* Miller, J.-A.: «El inconsciente y el cuerpo hablante», en Lacaniana N° 17, Grama, Buenos Aires, 2014, pág. 30.
NOTAS
- Indart, J. C.: «Primera noche preparatoria de las XXVI Jornadas Anuales de la EOL», Inédito.
- Lacan, J.: «La Tercera», Lacaniana N° 18, Grama, pág. 20.
- Ibid., pág. 29.
Kuky Mildiner
¿Qué le sugiere el título de nuestras Jornadas: «El cuerpo: goces y ficciones»?
¿Qué nos puede transmitir sobre la relación al cuerpo antes y después del pase?
Es un título muy interesante y amplio. Abarca los temas fundamentales de la experiencia analítica. Podemos decir que un análisis es una experiencia de cuerpo, del goce del cuerpo. Lacan en el Seminario 20, cuando toma el tema del goce poniéndolo en un lugar privilegiado, dice que la experiencia analítica supone la sustancia del cuerpo a condición de que se defina sólo por lo que se goza.
También J.-A. Miller, en su conferencia introductoria al próximo congreso en Barcelona -que llamó Habeas Corpus– situó un inconsciente de puro goce, para diferenciarlo del inconsciente de pura lógica establecido por Lacan en el final de sus escritos.
Ese inconsciente de puro goce viene de la mano del «parlêtre», que, a diferencia del inconsciente, tiene un estatuto óntico. El parlêtre es una entidad óntica porque necesariamente tiene un cuerpo, ya que no hay goce sin cuerpo.
Entonces los avatares del goce resultan el punto fundamental de un análisis.
Respecto de los cambios en mi modo de habitar el cuerpo antes y después del análisis lo he ido tomando en mis distintos testimonios.
Podría graficarlo como un arco que va de vivir en el encierro del silencio de un secreto, bajo la supuesta amenaza de una mirada que cerraba mi boca, al silencio vaciado de la mirada, a partir de las operaciones en transferencia.
Como digo en uno de mis testimonios, que el silencio se vacíe de la mirada se puede entender como el silencio que contenía una mirada en su interior. Es el silencio de la «cajita de cristal» en la que «la madre tenía al sujeto encerrado como un objeto fálico»[1]. Y la operación que el análisis produce es la operación de vaciar ese silencio del goce de la mirada que lo habitaba, de separarlo de la mirada para producir un nuevo lugar de enunciación. Un nuevo lugar de enunciación es efectivamente un nuevo modo de habitar el cuerpo.
Una vez extraído ese secreto silencioso que habitaba en la mirada, puedo entonces hablar de otra manera. Y, sobre todo, se puede también escribir, como resulta en el sueño que anticipa el final del análisis.
Ese movimiento en el arco va también de una mortificación a una vivificación. Al perder la garantía de la mirada, se produce un vaciamiento, que vivifica. Es el pasaje de lo mortífero, de la pulsión de muerte, a un plus de vida, producto del vaciamiento que se produce con la extracción del objeto en el fantasma. Es como si se hubiera producido una extracción de mi propia desvitalización, esa que acompañaba desde el principio de los tiempos, desde la historia que pesaba en mi nombre alrededor de la zona del trauma.
Ahora, es fundamental ubicar que sería ridículo pensar que es posible abandonar el goce. «No existe nada en lo que entra en la esfera del interés del parlêtre en lo que no se pueda ubicar un goce»[2]. Es posible repartirlo de otro modo. Pero esto solo es posible cuando se ha ubicado la «moterialidad» de las palabras. Cuando en algún punto uno se ha deshecho de su aspecto de representación, para situarse sobre el cuerpo de lo simbólico hecho de palabras. Y entonces, ubicar las tres consistencias de los tres registros, simbólico, imaginario, real tomando como tres tipos de cuerpo: el imaginario (que se deduce de la imagen en tanto que manipulable), el simbólico (como cuerpo de lo simbólico) y el real (ese cuerpo de lo que itera en el Uno que se repite, en mi caso en el surco situado por la letra de goce «ci-mi-no» que sigue operando, donde, donde ya no cuentan los significantes del Otro).
Es desde ahí que se puede ubicar ese Otro de la alteridad, que sitúo en mi testimonio que escribí para las Jornadas de La Plata. La letra escrita en el sueño del final del análisis: Ci-mi-no es letra a ser leída, «que no habla del Otro sino de una alteridad interna del parlêtre«.[3]
NOTAS
- Bassols, M.: «Comentario del testimonio de pase de Kuky Mildiner», en Enapol, San Pablo 2015, Inédito
- Miller, J.A.: Sutilezas Analíticas, Edit. Paidós, Buenos Aires, 2011, pág. 282.
- Belaga, G.: «Relectura del pase desde la perspectiva del inconsciente real», Imprevistos de lo real, Grama, Buenos Aires, 2014.