Miércoles 14 de Marzo de 2018, 20:00 hs.
El miércoles 14 de marzo y bajo el título «El problema del diagnóstico en la perspectiva del control» tuvo lugar la primera Noche de Directorio de la Sección La Plata de la EOL.
La mesa, coordinada por nuestro Director Christian Ríos contó con tres invitados: Diana Wolodarsky, Gabriel Tanevitch y María Adela Pérez Duhalde, quienes mediante sus trabajos nos ofrecieron una lectura epistémica, clínica y política de la temática tanto del «diagnóstico» como del «control». Estos significantes, articulados por los conectores «problema» y «perspectiva» dieron lugar a múltiples elucubraciones alrededor del tema.
Comenzó su exposición María Adela Pérez Duhalde, Asociada a esta Sección, quien realizó un recorrido teórico y clínico partiendo de la pregunta: ¿Qué controla el control? Destacó la importancia de rescatar el síntoma en transferencia, en tanto lo más singular de cada parlêtre y señaló que en psicoanálisis el diagnóstico no funciona «prêt-a-porter«, sino que se trata de atender a aquellas sutilezas del discurso que hacen a ese sujeto en singular más allá de la geometría de la estructura.
Con respecto al control, María Adela citó a M. H. Brousse cuando señala que la experiencia o el saber del analista no invalida el espacio del control. Que el encuentro con el obstáculo en la transferencia es lo que hace único cada control y que tanto la dimensión clínica como la asociación libre del analista respecto del paciente inauguran un nuevo acto, cada vez.
Finalmente, a partir de una viñeta clínica, nos muestra que no será desde el diagnóstico que se dirige la cura, sin embargo, éste puede advertirnos respecto del lugar que conviene ocupar el analista. Que no se pierda el desapego, en tanto afecto que conviene al analista y que lo que lo oriente esté entre el espíritu de geometría y la sutileza del detalle.
En segundo término, Gabriel Tanevitch, Miembro de la EOL La Plata, destacó la importancia de poder hablar la lengua del Otro para poder intervenir desde el psicoanálisis, así «contrabandeando» nuestro saber, poder atravesar los muros del discurso Amo.
A través de una viñeta clínica de un niño que llega a su consulta etiquetado con el diagnóstico de TDHA, Gabriel da cuenta de que el analista debe maniobrar entre los diagnósticos DSM V y la singularidad del goce del síntoma.
Frente a la cuestión del diagnóstico plantea tres posibles posiciones: el empuje al consumo de las clasificaciones propio de la época; el diagnóstico en transferencia tomando al síntoma como padecimiento subjetivo, diagnóstico singular en psicoanálisis; y una tercera posición que se trata de hacer uso del diagnóstico psiquiátrico para leer aquellas sutilezas clínicas de la singularidad del caso y orientarse a partir del anudamiento de los tres registros.
Por su parte, Diana Wolodarsky, actual Directora de la EOL puso el acento en el «problema» del diagnóstico en la práctica del control. El diagnostico podría ser un problema si se presenta en un tiempo lógico anterior al decir del paciente, quedando velado este decir por la mascarada diagnóstica. Otro problema podría ser la urgencia de diagnosticar ante la incertidumbre del no saber. Así, el analista suturaría su división con el diagnóstico y éste pasa a ser el partenaire que atempera la soledad del acto.
Con respecto al espacio del control, Wodolarsky dirá que es allí donde se verifica «qué tanto se dio cercano al blanco» y se dimensiona el cálculo de la interpretación o la posición del analista respecto al acto que lo demora o convoca. Además, agrega, que lo que diferencia un control de otros espacios de casuística, es que se revisan cuestiones subjetivas del analista, que luego se retoman en el análisis.
Del texto Sutilezas Analíticas de Miller destaca una cita: «que el psicoanálisis se podrá examinar con la ayuda del agujero que hay entre la estructura y la contingencia». Es decir que Miller no rechaza la noción de estructura, a condición de considerarla agujereada. En ese agujero borde entre estructura y contingencia se escucha la enunciación del sujeto, así la estructura se revela en la contingencia.
El problema entonces no es la estructura, sino taponar el agujero con un diagnóstico que acalle lo singular. Dirá entonces que no es un «NO» al diagnóstico, sino hacer un esfuerzo de poesía, un buen uso del instrumento.
Si el analista ignora el hilo que atraviesa las contingencias del programa de goce del analizante, éste último puede quedar atrapado en el laberinto de las identificaciones. Operar desde la perspectiva del objeto o del sinthome permite que el analista intervenga desde el desapego, que solo espere de su paciente la presencia y sus palabras, que lo mueva el deseo de atrapar cada pizca de goce en su decir. Desapego también de sus propias pasiones e identificaciones, desapego del entusiasmo que acarrea el furor curandis.
Con la pregunta ¿qué analista para una Escuela? Diana Wodolarsky nos recuerda aquellas tres premisas que garantizan la formación del analista según Lacan, a saber: Enseñanza, Análisis y Control.
Luego de las exposiciones, se dio lugar a los comentarios y preguntas del público, a partir de los disparadores que el coordinador de la mesa y dos de las asociadas –Claudia Nuñez y Analía Rodríguez– pusieron a circular y animaron a la conversación.
María Constanza Gascón