Argumento
Lo trágico bajo sospecha
«La comedia llega más lejos que la tragedia, habría que tratar de no olvidarlo. En una palabra: con lo peor (du pire) producir risa (du rire) y no padre (du père)».
Jacques-Alain Miller[1]
Tragedias y excepciones
Borges, en «La busca de Averroes»[2], imagina al sabio árabe que supo traducir, difundir y defender frente a sus objetores la filosofía de Aristóteles, encontrándose con dos conceptos imposibles de comprender en su Poética: tragedia y comedia. Ambos resultaban oscuros y ajenos a alguien formado en el islam. Por el contrario, en nuestro medio, aún quien nunca haya asistido o leído una obra de teatro, estos términos no le resultarán tan ajenos. Impregnan nuestros relatos, modulan las formas con las que un sujeto narra sus historias e infortunios, sus peripecias y torpezas, así como los azares que ritman su historia.
La tragedia griega introdujo una serie de innovaciones, tanto en el plano del arte y las instituciones sociales como en la concepción de lo humano y su pathos. Invención que ejerció un influjo determinante en la cultura occidental. Un nuevo tipo de espectáculo, desprendido de los rituales que se le ofrecían al dios Dionisio, en los que el héroe no es un modelo sino un auténtico problema. Encarna un ser desgarrado entre exigencias contradictorias, lo presenta en una encrucijada, obligado a hacer una elección decisiva que se adentra en una zona fronteriza, opaca para él, en la que los actos humanos van a enlazarse con las potencias divinas para alcanzar, finalmente, el desenlace en que revelan su verdadero fundamento. Vemos así al héroe deliberar, tomar iniciativas y cargar la responsabilidad de sus actos, pero no es el agente de ellos. No es él quien explica al acto, sino que es éste el que le descubre lo que es y lo que efectivamente ha realizado sin saberlo. Sólo al final, al sufrir lo que creía haber decidido por sí mismo, comprende el sentido verdadero de lo que se ha realizado.
Lo trágico no se produce entonces por catástrofes o fenómenos naturales arrasadores, aunque el término se haya vulgarizado bajo esa forma, sino a causa de una fatalidad que se encarniza en la existencia humana, en donde lo divino toma la forma de un destino
funesto. El héroe, sin embargo, conoce esta instancia superior, pero se adentra pese a ello en esa zona peligrosa, impulsado por una hybris[3]que sellará finalmente su perdición. Edipo Rey se prefigura, para Freud, como el héroe inaugural de «una de las llamadas tragedias de destino»[4], anudando tempranamente destino, tragedia y psiquismo en la normatividad de la vida psíquica. Fatalidad que anticipa la noción misma de inconsciente[5].
No obstante, Freud supo poner en sospecha las tragedias de sus pacientes neuróticos, reconoció en algunas de ellas una fuente de resistencias que se oponían al trabajo analítico como un rasgo de carácter que fijaba un goce muy consistente. Describe así sujetos que consideran que ya han sufrido bastante, que fueron objeto de daños y perjuicios que los constituye en «excepciones» frente a los cuales las exigencias y limitaciones de los demás no serían aplicables. Han sido víctimas de algún daño, trauma originario que los afectó en su infancia, del que exigen eternamente un resarcimiento al Otro. Puede comprobarse cómo la fatalidad de algún destino aciago impregna con frecuencia la novela familiar del neurótico y sus mitos constitutivos, vidas organizadas alrededor de un mal originario que nunca estará saldado.
Para dar cuenta de esto Freud recurrió a la tragedia shakesperiana Ricardo III[6] para revelar la forma en la que el perjudicado se torna perjudicador en nombre de lo padecido, mostrándonos cómo el odio más cruel puede encenderse y pretender validarse en el daño sufrido. Deforme e inacabado, enviado al mundo a medias terminado, tal como lo describe Shakespeare, nos revela la ferocidad de la que es capaz el narcisismo del perjudicado.
A su vez el héroe trágico nos presenta también la relación de un sujeto con el fracaso. Los que fracasan cuando triunfan presentan para Freud «vuelcos trágicos»[7] que la experiencia clínica muestra con frecuencia, así como aquellas personas que «…parecen perseguidas por un destino implacable, mientras que una investigación más precisa enseña que ellos mismos se prepararon ese destino. En tales casos adscribimos a la compulsión de repetición el carácter de lo demoníaco«[8].
La dystychia, mal encuentro con lo real, en tanto que fallido, se repite azarosamente, el traumagujero que impacta en la trama significante del sujeto constituye un antes y un después de su historia, pero la idea de un daño irreversible e irremediable le otorga un recubrimiento trágico que le permite identificarse al desecho de su propia historia. Como señala Lacan «…se repite algo, en suma, más fatal, con ayuda de la realidad»[9]. Desgracia acontecida o siempre amenazante, por venir, poderes externos e independientes de su voluntad que han programado y se empecinan en un destino familiar nefasto, un daimon que lo vehiculiza lalengua de familia.
Para Lacan «El analizante dice lo que cree verdadero. Lo que el analista sabe es que no habla sino al costado de lo verdadero, porque lo verdadero lo ignora»[10]. Ahí donde para Freud lo verdadero era núcleo traumático, Lacan despeja que la trama del destino del sujeto se teje a partir del trauma fundamental: los parientes que le han instilado la lalengua por eso señala que esta es una obscenidad que transmite los restos de los goces de familia con las que se tejen sus dramas. Será en las vueltas dichas de un análisis que esa trama fixional –destino, fantasma, trauma– en el encuentro con un decir oracular inédito pueda extraer la conquista de su propia ley, «…de esa Atè que, aunque no siempre alcance lo trágico no por ello deja de ser pariente de la infelicidad»[11].
De la tragedia a la comedia
Si bien Lacan se sirve de la tragedia para ilustrar el peso de la historia que precede al sujeto, marcas significantes que anticipan un destino en la configuración del deseo; también lo hace para pensar la dimensión trágica que la experiencia analítica comporta. Aun cuando no es la perspectiva que sigue hacia el final de su enseñanza, cobra valor la figura del héroe trágico como aquel que no retrocede frente al deseo[12] y que al final del recorrido conduciría al sujeto a una suerte de franqueamiento «a esa relación consigo mismo que es su propia muerte, pero en el sentido en que (…) no puede esperar ayuda de nadie»[13].
No obstante, Lacan supo despejar en las pantomimas fantasmáticas de los neuróticos, en sus hazañas, astucias e intrigas, sus rasgos de comedia. Si el personaje trágico era esclavo de su ética y dignidad, el personaje cómico no es ningún sujeto excepcional, se salva de los percances muchas veces por los favores del azar más que por sus habilidades. La comedia juega con el equívoco que permite cambios y giros sorpresivos en la trama a diferencia de la trayectoria ineluctable que sigue la tragedia, «la vida pasa, triunfa de todos modos, pase lo que pase. Cuando el héroe cómico tropieza, se ve en apuros, pues bien, el pequeño buen hombre empero todavía vive»[14], prestándose por ello al extrañamiento y la autoparodia. Lo patético de esta dimensión es la contrapartida de lo trágico; no como incompatibles sino en su combinatoria; dimensión tragicómica inherente a lo humano que permite apreciar la incidencia que ésta tiene en el acontecer de un análisis.
Así, tanto Freud como Lacan, a partir de la referencia a la comedia y el estudio que hacen de lo cómico y sus variantes –el witz en su sentido más amplio, el chiste, el disparate, el humor, lo risible, etc.– nos invitan a detenernos en las múltiples derivaciones y estatutos que puede comportar en cada caso; no solo en su relación con lo inconsciente y el deseo que lo habita; sino también respecto al tratamiento de goce y el afecto que emerge y resuena en el cuerpo.
Por otra parte, una temprana referencia de Freud a la comedia señala la orientación que conviene a la experiencia analítica, justamente el pasaje necesario del pleno sentido de la tragedia a su sin sentido: «Lo que por un momento creímos pleno de sentido se nos presenta como enteramente desprovisto de él. En eso consiste en tales casos el proceso cómico»[15] y quizás también la experiencia analítica. Pasaje que posibilita no solo la emergencia de ese sentimiento de comicidad, sino incluso otro uso de eso que en ocasiones estaba «antes» atiborrado por el sentido gozoso. Numerosos testimonios de finales de análisis dan cuenta de esa transformación. En tal sentido, el final pensado a partir de la última enseñanza de Lacan introduce una perspectiva sino cómica –en tanto no hay posibilidad de un final feliz– sí al menos una perspectiva no trágica del análisis, orientada por un saber hacer ahí ligado al gay savoir[16].
Perspectiva retomada por Miller en relación al pase, al respecto dirá: «La tragedia estaba antes. El pase solo tiene sentido si la tragedia queda en el pasado y si ahora, señor, con la trama de su tragedia en cinco actos, usted sabe inventarnos alegremente alguna pequeña comedia (…) extraiga de su dolor de vivir, como supo hacerlo Molière, (…) el tono apropiado para divertirnos»[17].
Si algo de la tragedia permanece en la experiencia es la posición del analista destinado a caer[18]. Caída que no es sin su operación, ni su costado tragicómico. Sombra de lo cómico[19] en el dispositivo puesto a jugar por el analista en su operatoria, vía la interpretación o su acto.
La pérdida del sentido trágico
Lacan mismo anticipa el ocaso del Edipo. Al respecto dirá: «El Edipo sin embargo no podría conservar indefinidamente el estrellato en unas formas de sociedad donde se pierde cada vez más el sentido de la tragedia»[20]. Se trata de un diagnóstico de época en el que se señala la declinación de la autoridad paterna en los tiempos modernos, discordancia fundamental entre la función simbólica del Nombre-del-Padre y aquel que tiene que encarnarla que incide directamente en la normativización del goce. Tal como lo señala tempranamente al evocar el padre humillado de la trilogía de Claudel[21], el padre en lugar de ejercer una pacificación sobre el goce genera discordia. Tragedia «noble»[22] de la que se sirve para anticipar las consecuencias de la caída del padre y la transmutación de las formas de sociedad: «frente a los ideales en alza, no puede ofrecer más que la vana repetición de las palabras tradicionales, pero sin fuerza (…) la legitimidad supuestamente restaurada no es más que un señuelo, ficción, caricatura y, en realidad, prolongación del orden subvertido»[23].
Esta referencia le permite a Lacan avizorar una estructura social –como la nuestra– en la que el avance del discurso de la ciencia incide –de un modo radical– sobre el discurso de la tradición generando una serie de mutaciones y variaciones que dan por resultado la emergencia del discurso capitalista. Un discurso que, más que prohibir el goce, se distingue por un empuje a gozar arrastrando al sujeto contemporáneo al «desvarío de nuestros goces»[24].
Desde esta perspectiva, el discurso capitalista estrecha sus manos con la democracia liberal. Pues eliminada la regulación paterna, y la barrera que en su nombre introduce un tope al goce, ya no hay ley que pueda impedir que el sujeto goce a su manera. No se le exige ninguna renuncia, todos los goces están permitidos. Algo cambia en el cielo estrellado, la intervención de la ciencia atiborra el cielo social con ondas, satélites, y demás objetos tecnocientíficos, silenciando el Nombre-del-Padre y generando en su lugar la aparición de un nuevo astro, lo que Lacan anunció bajo los términos de un «acenso al cenit del objeto a«.[25] Se trata, entonces, de una dictadura tecno-cientificista que, si bien otorga numerosas certezas sobre la naturaleza, enmudece respecto a cómo comportarse en la relación sexual. En este sentido, la voz interna del sujeto se hace cada vez más presente en sus imperativos de goce: cómo hacer para gozar más, para ser más dichoso, para tener más satisfacciones.
Como diría Miguel de Unamuno[26] se ha perdido el sentimiento trágico de la vida. Por el hecho de vivir en un estado de esnobismo, en el que ya no se tiene presente en el horizonte del existir, ni la muerte ni la finitud. Al respecto, y en la misma dirección, Éric Laurent señala que vivimos en una época donde se puede pasar por la experiencia de distintas tragedias «sin el sentimiento trágico de la vida, especialmente cuando se tiene el sentimiento delirante de la vida. Es decir, las tragedias del Nombre-del-Padre son de otra época».[27]
Nuestras tragedias modernas ya no buscan el sentido de la vida en las fuerzas superiores, ni en el destino impuesto por los dioses, que cada hablante debía descifrar leyendo en su dolor los signos de verdad[28]. El cielo dejó de estar ocupado por los dioses y la obligación recayó sobre el goce, las preguntas se fueron apagando, el Edipo perdiendo su estrellato, y el inconsciente se fue cerrando. Asistimos a una época en la que los sujetos, incluidos los neuróticos, no apelan al Nombre-del-Padre para orientarse en materia de goce. Tal como fue vaticinado por Lacan, en la Proposición del 9 de octubre de 1967, «Retiren el Edipo, y el psicoanálisis en extensión, diré, se vuelve enteramente jurisdicción del delirio del presidente Schreber»[29], el estado actual del discurso en el que vivimos se encuentra más en concordancia con el modelo de la psicosis y nos recuerda, a los psicoanalistas, la importancia de apuntar, en cada caso, a la obtención de «anudamientos particulares»[30].
Adriana Fanjul, Claudio Godoy, Sebastián Llaneza
Ejes temáticos
Experiencia analítica
- Tragedia y destino
- Tragedia- trauma- fantasma
- La tragedia del deseo
- Dimensión trágica de la experiencia analítica
- Analista como héroe trágico
- Lo cómico y sus variantes: el witz, el humor, la risa, lo risible, gay savoir
- Lo trágico chocho
- Lo cómico puro
- Lo tragicómico en la acción humana
- Pantomima
- Transmutación de la tragedia a la comedia en el curso de un análisis
- El analista y lo cómico. Acto e interpretación
Actualidad
- Pérdida del sentido trágico
- Más allá del Edipo
- Ciencia – capitalismo
- Del héroe trágico a los héroes contemporáneos (influencer, dandismo)
- La risa del capitalista – La risa del psicoanalista
Clínica con tragedia y sin tragedia
- Neurosis de destino
- Víctimas – Las excepciones freudianas
- Wokismo
- Clínica sin tragedia, caída de los relatos
- Estilo Mock-heroic
- Lo cómico del amor
Política
- Comunidad trágica
- Comunidad cómica
- El pase witz
NOTAS
- Miller, J.-A.: Cómo terminan los análisis, Grama, Buenos Aires, 2022, pág. 145.
- Borges, J. L.: «La busca de los Averroes», El Aleph, Alianza editorial, Buenos Aires, 1995.
- Concepto helénico (en griego antiguo ὕβρις hýbris) que puede traducirse como desmesura o soberbia.
- Freud, S. «La interpretación de los sueños», Obras Completas, T. IV, Amorrortu ediciones, Buenos Aires, 1991, pág. 270.
- Lacan, J.: «Conferencia en la Universidad de Yale. Seminario Kanzer», Lacaniana 19, Grama, Buenos Aires, 2015.
- Shakespeare, W.: Ricardo III, citado por Freud, S.: «Algunos tipos de carácter dilucidados por el trabajo analítico», Obras Completas, T. XIV, Amorrortu ediciones, Buenos Aires, 1992.
- Freud, S. «Algunos tipos de carácter dilucidados por el trabajo analítico», Obras Completas, T. XIV, Amorrortu ediciones, Buenos Aires, 1992, pág. 323.
- Freud, S.: «Más allá del principio del placer», Obras Completas, T. XVIII, Amorrortu ediciones, Buenos Aires, 1992, págs. 21-22.
- Lacan, J.: El Seminario, libro 11, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Paidós, Buenos Aires, 2003, pág. 67.
- Lacan, J., «Seminario 24, L’insu que sait de l’une˗bévue s’aile à mourre», Clase 11: «Hacia un significante nuevo II. La variedad del síntoma» (19/4/1977), inédito.
- Atè: diosa de la fatalidad, Lacan, J.: El seminario, libro 7, La ética del psicoanálisis, Paidós, Buenos Aires, 1995, pág. 358.
- Óp. Cit. n°11, págs. 358 y 379.
- Óp. Cit. n°11, pág. 362.
- Óp. Cit. n°11, pág. 373.
- Freud, S.: «El chiste y su relación con lo inconsciente», Obras Completas, T. VIII, Amorrortu ediciones, Buenos Aires, 1992, pág. 14.
- Lacan, J.: «Discurso de Roma», Otros Escritos, Paidós, Buenos Aires, 2012, pág.160.
- Óp. Cit. n°1, pág. 145.
- Lacan, J.: «Nota Italiana», Otros Escritos, Paidós, Buenos Aires, 2012, pág. 329.
- Basta evocar la figura del monigote que Miller nos acerca para pensar la posición del analista al final del análisis.
- Lacan, J.: «Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano», Escritos II, Siglo xxi editores, Buenos Aires, 2002, pág. 792.
- Lacan, J.: «El mito individual del neurótico», Intervenciones y textos 1, Manantial, Buenos Aires, 1999, pág. 56.
- Lacan, J.: «Kant con Sade», Escritos II, siglo xxi editores, Buenos Aires, pág. 768.
- Lacan, J.: El Seminario, libro 8, La transferencia, Paidós, Buenos Aires, 2003, pág. 315.
- Lacan, J.: Psicoanálisis, Radiofonía y Televisión, Anagrama, Barcelona, 1977, pág. 119.
- Lacan, J.: «Radiofonía», Otros Escritos, Paidós, Buenos Aires, 2012, pág. 436.
- De Unamuno, M.: De la pérdida del sentimiento trágico de la vida, Renacimiento, Madrid, 1913.
- Laurent, E.: El sentimiento delirante de la vida, Colección Diva, Buenos Aires, 2011, pág. 13.
- Dessal, G.: «El hombre moderno ha perdido el sentido de la tragedia», 2018, https://redpsicoanalitica.org/2018/09/16/el-hombre-moderno-ha-perdido-el-sentido-de-la-tragedia/
- Lacan, J. «Proposición del 9 de octubre de 1967 sobre el psicoanalista de la Escuela», Momentos cruciales de la experiencia analítica, Manantial, Buenos Aires, 1987, pág. 21.
- Óp. Cit. n°27, pág. 11.
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Estudiantes de Grado (en grupo de tres) | $45.000 |
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Vencimiento segunda cuota 31/8
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