En esta entrega de la pluma de Graciela González, Asociada a la EOL Sección La Plata, y de Pablo Martínez Samper, Filósofo y Director de cine documental, compartimos estas enriquecedoras resonancias.
¡Exquisita lectura!
Un delirio menos loco
Graciela González
“Retuve el término ‘locura’. Habría podido retener el término de delirio para englobar las psicosis ordinarias, las otras y su modo de tratamiento ya que, en 1976, Lacan incluyó al psicoanálisis en el delirio”.[1]
El deslizamiento del delirio a la locura y viceversa es clave para leer la época. Propone al psicoanálisis como un tratamiento del goce ¡Loco, disruptivo!
Un instante y se abre paso -la clínica- que vuelve en la letra de Lacan, según entiendo bajo transferencia, cuando el deseo del analista pone “el acento en la singularidad (…) del delirio, esos híbridos del vocabulario (…), ese naufragio de la sintaxis, pero también esa coherencia que equivale a una lógica (…)” [2]
Aquella finura de la glosa lacaniana me hace pensar en lo cotidiano de la práctica: el delirio identitario de cada uno y el delirio del evaluador que nos habita, las rutinas de hierro. Y la autopercepción, significante actual que delira entre normalidad y patología.
¡Ni normal, ni patológico! Diré cuerpo lacaniano distinto del aristotélico, que promueve la escritura del conjunto vacío, (…) es decir: “(…) el uno que solo es imaginable por la ex-sistencia y la consistencia que tiene el cuerpo (…)” [3]Cuerda/nudo donde habita equivoco un no todo y un saber con un goce menos loco.
NOTAS
- Laurent, Eric: “Disrupción del goce en las locuras bajo transferencia”, Revista Freudiana Nº84, Barcelona, 2018, pág. 126.
- Lacan, Jacques: “Acerca de la causalidad psíquica”, Escritos 1, siglo veintiuno editores, Buenos Aires, 1988, pág.158.
- Lacan, Jacques: “Del uso lógico del sinthome o Freud con Joyce”, El Seminario 23, El sinthome, Paidós, Buenos Aires, 2015, pág.18
Esperando a Godot: delirios de un espectador
Pablo Martinez Samper
El arte articula significantes que producen un sentido pero ese sentido no es su fin último. Cuando leemos un poema, vemos una película o asistimos a una representación teatral lo que nos queda tras esa experiencia no es un mensaje que podemos comunicar. En el arte el sentido último se nos escapa. Tan es así que todos hemos sentido la frustración a la hora de intentar explicar a algún ser querido el “sentido-verdadero” de la obra o, por poner otro ejemplo de la misma índole, las famosas sinopsis de las películas no revelan ninguno de los efectos estéticos de una obra sino que son simplemente la fría descripción de la sucesión de hechos dentro de una trama. Esta imposibilidad de atrapar en palabras el significado no es una cuestión de impotencia subjetiva sino que se encuentra relacionado con la estructura del propio objeto. La belleza, decía el filósofo Kant, es la “forma de la finalidad de un objeto en la medida en que ésta se percibe en él sin la representación de un fin” [1]pero quizás ha sido un poeta quien mejor esclareció esa “finalidad sin fin” del arte. En su ensayo “La muralla y los libros” Borges definía al hecho estético como la inminencia de una revelación que no se produce. Ante una obra de arte somos como Vladimir y Estragón esperando la llegada del S2 pero afortunadamente, para nosotros y para la obra, ese sentido último nunca llega. En el arte hay producción de sentidos pero quizás “su finalidad sin fin” sea preservar el sentido y su vacío.
NOTAS
- Kant, Immanuel: Crítica del discernimiento, A. Machado Libros, Madrid, 2019, pág. 189.