Contribuciones
La siguiente cita del Argumento de nuestras VI Jornadas ha sido propuesta a Irene Greiser, Pilar Ordóñez y Alejandra Gorriz para inspirar las contribuciones que siguen:
En la correspondencia con Einstein1, Freud se pregunta, respecto del binomio derecho-poder, si está «autorizado a sustituir la palabra poder por violencia, más dura y estridente» ya que, agrega, «los conflictos de intereses entre los hombres se zanjan en principio mediante la violencia».
Freud, S., ¿Por qué la guerra? (Einstein y Freud), Obras completas, T. XXII, Ed. Amorrortu, Buenos Aires, 1997, p. 188.
No hay progreso por Irene Greiser
Miembro de la Escuela de la Orientación Lacaniana (EOL) y de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP)
La correspondencia entre Freud y Einstein transcurre en 1932, entre lo ya ocurrido y la preocupación por su retorno. Es el científico quien a través de la Liga Internacional consulta al psicoanalista. Sus posiciones no son las mismas, entre las armas y su uso vemos la división a la cual se confronta Einstein preocupado no solo por el porqué de la guerra sino también por su prevención. Freud se interroga acerca de las relaciones del poder con la violencia «¿Estoy autorizado a sustituir la palabra poder por violencia más dura y estridente… Ya que los conflictos de intereses entre los hombres se zanjan en principio por medio de la violencia«.[1]
El derecho surge de la violencia: asesinato del padre y pacto primordial dan origen al derecho. El poder de Uno más poderoso es sustituido por el poder de todos. Cierto camino llevo de la violencia al derecho «la unión de los débiles hace a la fuerza».[2]
Freud señala un doble descreimiento en el derecho y en la paz. Por el lado del derecho sus argumentos se basan en el carácter de usufructo del derecho, «hecha la ley, hecha la trampa» diríamos y en tanto los tribunales son instituciones humanas van a fallar en su ejercicio. La división entre ideal de justicia y derecho es fundamental. Por otro lado se le está preguntando a Freud sobre el alcance del Derecho Internacional ¿Puede una declaración de principios prevenir la guerra? Si Freud en 1932 no se muestra muy optimista, al respecto (sacaria de la) Stephanie Hesell[3], quien redactó la Declaración Internacional de Derechos Humanos, en 2011 se siente indignado.
Otra cuestión atañe no ya al derecho sino a aquello que lleva a los hombres a la destrucción: ese apetito de odio y de destrucción. El campo de exterminio nazi confirma esa pulsión de muerte tan humana.
El campo de concentración inaugura un espacio político en el cual los sujetos pierden el estatuto jurídico de personas, reducidos a una cosa numerada son despojados de su humanidad. Si Lacan toma como referencia los campos de exterminio nada más ni nada menos que en «La proposición acerca del psicoanalista»[4] es que algo la guerra enseño al psicoanálisis.
NOTAS
- Freud, S.: «¿Por qué la guerra?»(Einstein y Freud), Obras completas, T. XXII, Ed. Amorrortu, Buenos Aires, 1997, pág. 188.
- Hessel, S.: Indignaos. Elda Pérez Moneo En http://www.millebabords.org
- Idem.
- Lacan, J.: La proposición del 9 de octubre de 1967 sobre el analista de la Escuela,Revista Scilicet Editorial du Seuil, 1969
El fracaso del dominio por Pilar Ordóñez
Miembro de la Escuela de la Orientación Lacaniana (EOL) y de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP)
«¿Estoy autorizado a sustituir la palabra poder por violencia, más dura y estridente?»[1]
Freud se pregunta por la guerra, esa guerra sin razón y sin locura, que persiste invariable en la humanidad. Sabe que las agendas políticas están marcadas, alternativamente, por la piedad y por el terror. El terror que despierta el extranjero, cuando se le endilga todo lo que amenaza en la polis y se lo arroja más allá de los límites (desde Inglaterra lo vivió en carne propia). O bien por la piedad, cuando se identifica en esos ojos extraños el horror. No el horror por su extranjeridad, sino el horror que produce el fracaso del orden social (el fracaso del dominio), del cual, el deportado es la prueba viviente o sobreviviente.
El ser que habla es la única declinación del ser que pone en cuestión la imposición de lo Absoluto, ya que la palabra mata a la Cosa. El lenguaje violenta, ¡dulce y estridente mundo! Esta humanidad hablante se encuentra siempre suspendida entre la afirmación de la vida y su cuestionamiento. Es decir, entre el Iluminismo (con sus derivados más románticos o más positivistas, como afirma Einstein) y el culto a lo Absoluto. La docilidad a lo Absoluto se presenta ya sea en el empuje ciego del acto violento o en la disciplinada obediencia al superyó. Para Freud, la ilustración no desciende al inconsciente. Sin embargo, es lícito pedir «¡Un momento a un Señor verdugo!»[2]. Que el psicoanálisis, ese que se deslinda de la religión y del cientificismo, tiene algo para decir. Ni erudito, ni estridente, pero sí lo suficientemente resonante como para crear, en el mejor de los casos, una nueva alianza con la Cosa. Con esa Cosa (¡Ding, ding!) fuera del dominio de la razón. Otra réson[3] de existir.
NOTAS
- Freud, S.: «¿Por qué la guerra?» (Einstein y Freud), Obras completas, T. XXII, Ed. Amorrortu, Buenos Aires, 1997, pág. 188.
- Miller, J-A., «El desencanto del Psicoanálisis. El fin de la ortodoxia». Lacaniana 26.pág. 43. Ed. Grama. Bs. As. 2019
- Término que usa Lacan tomado de Francis Ponge.
Eso ineliminable… por María Alejandra Gorriz
Asociada a la Escuela de la Orientación Lacaniana (EOL) Sección La Plata
Desde el psicoanálisis, no podemos dejar de considerar la violencia como un «rasgo propio»[1] de la condición humana a partir de la cual se organizaron las sociedades. Freud en su carta ubica a la violencia desde los orígenes en las pequeñas hordas: la fuerza muscular bruta como imperio de poder. Luego, cierta modificación se produce con el paso de la fuerza bruta al derecho como forma de quebrantar aquella violencia individual por la unión de varios débiles. Así el derecho pasa a ser el poder de una comunidad que «sigue siendo una violencia pronta a dirigirse contra cualquier individuo que le haga frente».[2] La unión encuentra su permanencia sobre lazos afectivos identificatorios, pero la violencia no desaparece y se doblega en la transferencia de poder a esa unidad mayor. Para Freud, «con ello ya está dado lo esencial… Todo lo demás son detalles y repeticiones».[3]
La violencia está. Y parece doblegarse en el intento de eliminarla. E. Laurent señala: «El odio se encuentra desde el origen en el centro de la relación con el otro… es un residuo ineliminable… del odio no se puede prescindir y permanece».[4] Se intenta eliminarlo apelando a formas jurídicas universales, a «cuerpos legislativos y judiciales»[5], soluciones orientadas por la mortífera lógica del todo. La historia y la clínica nos dice de su fracaso, quedando cada vez un resto ineliminable.
Entonces, ¿qué tratamiento para la violencia?, ¿qué interpretación a su altura? El odio violento exige, quizá desde siempre, un tratamiento otro, más allá de la ley. Y más aún cuando esa ley no articula un amor.
El asunto trasciende las épocas. Se trata entonces una cuestión de estructura, de cuerpos y pasiones, de goces, de «saber hacer allí» donde hay eso.
NOTAS
- Argumento VI Jornadas Anuales EOL-Sección La Plata Interpretar la violencia, 2019.
- Freud, S.,: «¿Por qué la guerra?» (Einstein y Freud). Obras Completas. T.XXII, Ed. Amorrortu, Bs As, 2013, pág. 189.
- Idem ant.
- IX ENAPOL 2019 Odio, cólera e indignación. Entrevista a Eric Laurent. https://ix.enapol.org/es/boletin-oci-7/
- Freud, S.: Idem pág. 184.