
Contribución de Eric Laurent
En esta ocasión, Eric Laurent responde a las preguntas realizadas por la Comisión Científica de las IV Jornadas Anuales de la EOL Sección La Plata, conformada por Silvia Salman, Belén Zubillaga y Eduardo Suárez

1- ¿Qué le sugiere el título de nuestras jornadas «El cuerpo: goces y ficciones»?
En la última enseñanza de Lacan, se apunta al síntoma definido no como síntoma del Otro con la identificación supuesta en juego en el síntoma, sino a partir del goce del cuerpo. Esta báscula hace del padre de la segunda identificación, la identificación al síntoma, del padre tal como Dora la encarna, una ficción.
Entonces hay que hacer un esfuerzo para pensar la clínica contemporánea utilizando el padre como ficción, pero a sabiendas que hay que ir más allá de él, para definir el horizonte al mismo tiempo primario y último del síntoma. Tenemos un doble abordaje del goce, tanto del fantasma, y de su función como instrumento de goce, como del síntoma como acontecimiento del cuerpo.
2- Hablamos comúnmente de las ficciones del fantasma, nos gustaría abrir la cuestión de las ficciones del sínthoma, ¿le parece legítimo? ¿Qué ideas le suscita?
¿Cómo inciden estas modificaciones en el uso del cuerpo en la práctica analítica?
Podemos notar que generalmente, a partir de la entrada en análisis, hay oposición entre el síntoma del cual se quejan los sujetos y el fantasma que da una satisfacción en silencio. A lo largo del análisis se desplaza la queja inicial, los semblantes con los cuales se interpreta lo real del síntoma. Siempre habrá que encontrar otros nombres, reinterpretar sin cesar ese real. En el fin del análisis nos encontramos en una situación que es como el muro con que se encontró el proyecto de Gertrude Stein. Ella quería escribir novelas que no contaran nada. Quiso salir de la historización de otra manera que Joyce. Y de su no obra en general no conocemos más que el famoso aforismo a rose, is a rose, is a rose. Ella escribía en su correspondencia de 1936: «sé que en la vida cotidiana la gente no se pasea diciendo is a…, is a …, is a apropósito de todos los nombres, pero creo que gracias a mi verso la rosa es roja en la poesía inglesa por primera vez desde hace un siglo». La tentativa de cada uno de nosotros en el fin del análisis es de hacer de manera tal que, en lo ilimitado de los nombres, en esta enumeración a la que somos librados, podamos hacer que el síntoma de cada uno sea rojo en la poesía de su lengua.
El cuerpo funciona como un alma, como una forma fascinante para el sujeto. En la perspectiva psicoanalítica, lo que atraviesa el cuerpo, la pulsión, se separa de la forma del cuerpo. Ella es informe, o más exactamente, por su trayecto, la pulsión es en-forma.
La articulación de la pulsión con los semblantes subraya el hecho que la dimensión del semblante en la enseñanza de Lacan es una elaboración crítica radical contra el discurso de la representación. El semblante es semblante de nada, de nada que podría tomar forma. El semblante es una categoría que trasciende toda representación posible para designar el punto por el cual no hay ninguna representación.
El semblante es más del lado de lo ficticio. «Nuestro horizonte es lo que aparece como ficticio en la relación fundamental a la sexualidad. Se trata, en la experiencia analítica de partir de esto, que, si la escena primaria es traumática, no es la empatía sexual la que sostiene las modulaciones de lo analizable, sino un hecho ficticio. Un hecho ficticio, como aquel que aparece en la escena tan salvajemente acorralada en la experiencia del Hombre de los lobos – la extrañeza de la desaparición y de la reaparición del pene»[1]. El hecho es que la dimensión fálica surge siempre en una experiencia de extrañeza, que surge en una experiencia casi alucinatoria como para el Hombre de los lobos. O bien, en la perversión con la extrañeza del fetiche. O bien, en la neurosis, en una oscilación de la dialéctica de las identificaciones entre ser y tener. La apuesta es saber cómo situar este objeto ficticio que es el falo que falta en su lugar, al que Lacan da el paso de nombrar semblante.
Estamos traumatizados por los semblantes del lenguaje. Hay que leer el texto de Lacan «El despertar de primavera» como la crítica más profunda de una imaginarización de la escena primaria. Solo en la experiencia de los semblantes que permite el sueño puede evocarse al Otro sexo. Esta experiencia nos permite pensar el trauma a continuación de la escena primaria del sueño del Hombre de los lobos.
Del lado femenino no es del mismo orden. El semblante es otra cosa. Inventando la particularidad de su semblante, una por una, vienen a ocupar el lugar de la causa del deseo como lo que no puede decirse. De allí la forma más singular del amor femenino, la erotomanía. Hacen hablar a su partenaire, ubicándose como síntoma de otro cuerpo. El analista en la posición transferencial ocupa este lugar de ser descifrado como presencia enigmática. Se ubica como operador que permite al analizante descifrar los semblantes del síntoma. Se producen efectos de verdad. Es la otra cara del sujeto supuesto saber. Un uso del cuerpo articulando la presencia enigmática del cuerpo al Nombre del padre. Una vez atravesada esta ficción, el analizante podrá autorizarse como analista para sostener después un acto que no tiene ningún correspondiente en el uso de los otros discursos establecidos.
NOTAS
- Lacan, J., El Seminario, Libro 11, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Paidós, 1986, pág. 78.
