Testimonio de Pase de Kuky Mildiner
Contamos hoy con el testimonio de pase que Kuky Mildiner dio en las segundas jornadas anuales de la EOL- Sección La Plata y que generosamente nos ha regalado para trabajar en torno al tema que nos convoca esta vez. Agradecemos inmensamente este gesto.
Un análisis. Tres cuerpos
Kuky Mildiner
¡Camina derecha! Me decía mi madre. Y con la idea que para sostener en equilibrio un libro sobre la cabeza había que tener el cuerpo derecho, me indicaba hacerlo. En esencia, siempre enfatizaba la imagen que daba a ver.
Yo tomaba un libro de la enciclopedia «Lo sé todo», que me encantaba, y me ponía a andar. Jugaba a equivocar la orden materna ya que me di cuenta que se podía mantener en equilibrio el libro a pesar de andar encorvada, en cuclillas, o con el cuerpo torcido. Lo importante era mantener derecha la cabeza. Y por supuesto, no dejar caer el «Lo sé todo».
Si ser fanático indica defender con tenacidad desmedida las creencias y pasiones, los neuróticos en general y las histéricas en particular somos fanáticas de la creencia en el padre.
En mi caso, ese fanatismo estaba sostenido por el saber de un secreto, que compartía con mi madre y que no se lo podía contar a nadie.
1. El cuerpo del secreto
El secreto que atesoraba de niña, compartido con mi madre y separado del conocimiento de mi padre era el norte que configuraba mis movimientos. Ir a la casa del abuelo a escondidas, el abuelo materno, prohibido por el padre, suponía: cuidar al padre, para que no se reconozca burlado, cuidar al abuelo para que no se reconozca en su pecado y sobretodo cuidar a la madre en su aparente fragilidad sin respuestas.
En todo eso había un ideal de familia a sostener. La niña lo creía así, dependía de su secreto.
Le tomaba gran parte de su ser. Por ejemplo, como el abuelo durante mucho tiempo no aceptó la prohibición del padre de visitar o llamar a la casa de su hija, los domingos, al volver del club yo inventaba siempre una excusa: algo del estudio o algún dolor, para subir primera al departamento y hacer el llamado telefónico. Le hacia una rápida síntesis del fin de semana y cortaba. Así mantenía la calma de la familia esas noches.
Una serie de movimientos, siempre de prisa y agitados, con el temor de ser descubierta, como el que relaté también del recorrido a la casa de la calle Muñecas donde el abuelo vivía, conformaban la fijeza de ese goce clandestino, con el fin de sostener al padre.
Y así fue como me agarré del significante «no se lo digas a nadie» proferido por mi madre, para armar lo que ubico hoy como mi primer cuerpo.
Cuerpo de silencio, cuerpo que se escondía. Quedaban recortadas la boca cerrada y la mirada en un goce particular. «Si me ven me matan» «Si hablo me matan».
El secreto habitaba la mirada de la «cajita de cristal», ese lugar que según el relato era donde me había puesto mi madre, para cuidarme, pero que a su vez me dejaba expuesta, con la amenaza de ser vista.
Era un cuerpo de boca cerrada también para la comida, allí había un no decidido, en la anorexia. Sobre todo, era un cuerpo que hacia hablar al otro. Ya sea en las lecturas y el estudio donde buscaba las palabras de otros para ocultar las propias o en la elección de mis partenaires a los que elegía locuaces para sostenerme en mi goce fantasmático. Ese que se construyó bajo el modo: «si hablo me matan».
A ese cuerpo lo defendí con uñas y dientes. Era el del fanatismo de la creencia en el padre.
Una vez construido el fantasma en el análisis, el secreto y como «mentira constructiva», quedó reducida a «la mentira del padre», a esa mentira de la historia que me había armado del Otro que quería mi silencio, y sólo así podía mantener con vida a mi familia, y a mí misma.
Luego, el inconsciente transferencial escupió en un sueño el S1 de mi goce sintomático, «clandestine» en la lengua del analista.
Pero, a la alegría del hallazgo de ese S1, le sucedió una conmoción libidinal, con la emergencia de la angustia, que no me era desconocida, pero que apareció de manera brutal.
2. El cuerpo de la angustia
El trabajo de construcción del fantasma había llevado a que el goce en el que éste se sostenía perdiera su sentido; no se prestaba más para remediar la insuficiencia de los discursos.
Fue el tiempo más difícil en el análisis. Las cosas se habían desacomodado.
«Esa buena rutina que me aseguraba que el significante siempre tenía el mismo sentido, que me garantizaba la verdad del sentimiento de que formaba parte siempre del mismo mundo»[1], se había desvanecido. Y en ese lugar sobrevino la angustia.
La angustia, según Lacan, es instructiva. Es el síntoma tipo de todo acontecimiento de lo real. De pronto había surgido al modo de esa sospecha que nos asalta de que nos reducimos a nuestro cuerpo.
Era una experiencia de separación máxima entre el cuerpo y la palabra, acompañada por una suerte de operación topológica de sustracción de lo imaginario.
Me faltaba el aire, sentía los pulmones llenos. Era todo lo que podía decir. La realidad cotidiana se había transformado. La preparación de las clases para la universidad, que durante 20 años me habían dado tanto gusto, había perdido su sentido. Los lazos perdían la consistencia que habían tenido hasta ese momento.
Centrada en ese acontecimiento de cuerpo, el de los pulmones llenos, sensación de falta de aire, volvía a acudir a los libros, mi gran partenaire, pero no encontraba allí respuesta, iba con eso al análisis y el analista insistía: ese saber no le sirve para nada.
En medio de tanta desolación el recuerdo de un relato del primer año de vida encontró un lugar preciso. Es el que se refiere a una bronquitis a repetición a los seis meses que llevaron a la consulta de un pediatra experimentado que indicó como remedio sacar a la beba al aire libre. El encierro en la casa, con ventanas y puertas cerradas respondía a la desesperación de una madre en duelo, por la muerte de su madre pocos meses antes, ese duelo que no resolvería. Como tampoco el dolor de existir que conllevaba y que hicieron que la beba apareciera a la vida en ese lugar.
Fue a partir de dos operaciones del analista, que eso me llevó a ubicar un real imposible, y a partir de allí, la creación de nuevos empalmes que sirvieron para restablecer la continuidad interrumpida.
La primera intervención fue nombrar eso como el trauma. El hecho de nombrar ese acontecimiento de cuerpo como trauma, abrochó algo, al modo en que los nombres hacen agujero en el sentido y al mismo tiempo lo abrochan.
Ese encuentro con ese imposible que fue el no-todo del cuidado materno, venía a revelar en la entrada al mundo que «el trauma de lalengua sobre el cuerpo no es un significante que se agarra, es más bien el hecho que hubo de entrada la falta del significante que se necesitaba (S(Ⱥ)» [2]. Allí, entonces, el cuerpo habría respondido mortificado, repercutiendo con los pulmones llenos, y eso marcaría un modo de vivirlo como el del mismo Valdemar del cuento de Poe siempre al borde de la muerte.
Es así como la presencia de la muerte, o mejor dicho, la vida como un peligro, estaban significadas desde el principio. La falta de aire, los pulmones llenos, habrían sido la respuesta ante el impacto de la desesperación materna.
Salí de esa sesión aliviada. Vivificada. Decidí por primera vez sin dudarlo tomar el metro. En general intentaba evitarlo ya que me producía una sensación de claustrofobia. Ese día fue distinto. En mi alegría decidí hacer un paseo más largo tomando conexiones subterráneas.
La segunda intervención fue decisiva: fue después de la sesión más corta del análisis, en la que enuncié: -quiero dejar de llevar a la otra muerta encima. Me refería a mi abuela Berta, muerta un año antes de mi nacimiento y de la que llevo el nombre.
Allí algo retornó vía el lazo transferencial. Una vuelta de la angustia. A la sesión siguiente abandoné el diván, me senté frente a frente, y hablé sobre la lógica pasada que intentaba recuperar. Sin darme cuenta, intentaba reencontrar en la mirada del analista mi lógica pasada, esa, que recortaba mi cuerpo en el silencio.
Pero, sin embargo, me encontré con un analista que me mostró un cuerpo descompuesto, como hinchado. A medida que yo más hablaba, y más buscaba esa mirada, más aparecía frente a mí esa pura presencia del cuerpo, de ojos cerrados, como agobiado, que se me venía presentando con tanta fuerza los últimos tiempos. En lugar del reconocimiento de mi silencio por la mirada encontré al analista haciendo semblante del acontecimiento de cuerpo. Encontrarme frente a frente con ese cuerpo desvitalizado, al borde del desvanecimiento, mostraba el modo en que repercutió en el principio de mi vida mi encuentro con eso que no hay. El efecto de extracción de la mirada en mi decir hizo que a la salida de esa sesión encontrara una vitalidad desconocida, sin Otro.
Sobre esa respuesta mortificada, que llamaba al Otro para existir se habría construido el fantasma y su máscara.
El encontrarme frente a frente, en mi elaboración, con eso que presentaba mi cuerpohablante, hizo que la angustia cediera su lugar a un nuevo anudamiento.
3. El cuerpo sinthomático
Habiendo arribado a ese punto de imposible, la vida se reanuda de otra manera. Ya en otra ocasión, lo formulé como «el silencio vaciado de la mirada».
Lo constataba en la relación con los otros, en mi práctica en el consultorio, en mi modo de armar las clases. Del ahogo y los pulmones llenos, sólo quedaba una carraspera.
Fue en un sueño que denominé «sueño del final de análisis» donde pude constatar el modo en que un anudamiento distinto, ese al que se refiere Lacan en el Seminario 23, en el que dice «que hace del falso agujero un agujero que borromeanamente subsista», se produjera. [3]
Paso a relatar el sueño: Estoy en París, tomo el metro con dirección a «glitrancourt«. Me quedo dormida. Al despertar hay mucha luz, el subte se ha convertido en tren, está sobre la tierra, ha salido a la luz, al aire libre. De pronto, me doy cuenta que no tengo mi bolso. Lo veo en un asiento en diagonal, adelante, me acerco a agarrarlo, busco en su interior la dirección a la que iba, era una fiesta. Pero el bolso está vacío. El tren se detiene en una estación, cuando le voy a preguntar al guarda que recibe los «pases» veo un cartel con luces de neón que dice CIMINO. Le digo al guarda: allí es la fiesta y responde afirmando con un gesto.
«Este sueño a la vez que contiene las marcas de lo que fue mi relación al saber y una salida de mi goce clandestino, recorta con un añadido, en las letras SI-MI-NO el vacío que ha quedado en la cajita de cristal del Otro» [4]. Significante letra que es contorno, escritura, que no estaba en la lista de los S1 de la experiencia analítica y se añade de manera que excede las descripciones finitas que estaban presentes.
SI-MI-NO es la trasformación de mí no en un consentimiento; la de decir si a mí no, muchas veces silenciado.
Es un: a veces digo si a veces, no. En fin, la contingencia misma es, a veces si, a veces no.
¿A qué me refiero cuando digo cuerpo del sinthome?
«Una vez que he comprobado que no hay lengua común con el Otro, que la lengua del Otro es siempre extraña, y ello incluso cuando es finalmente la propia, la propia lengua que se trata de escribir al final del análisis».[5]
Cuando ya no se trata de sostener a un padre amo del deseo, con el fanatismo del cuerpo, sino que este es tomado de una contingencia, esa que me llevó a mi modo de gozar, lo que resta es lo que quedó escrito como letra ligado radicalmente a una positividad de goce.
Es así que el cuerpo dejó de servir para la transmisión de un mensaje que lo habitaba desde siempre. Y el silencio dejo de ser respuesta a una mirada supuesta amenaza y pasó a tomar la dirección de Si-mi-no, letra, con la que me dirijo a los otros.
El silencio vaciado de la mirada toma cada vez un valor otro, a veces un valor erótico, a veces un valor de palabra, a veces remite al silencio del analista. Si- mi- no contornea un silencio vacío allí donde Otro resulta Hétero.
NOTAS
- Miller, J.A. «Sutilezas analíticas», Editorial Paidós.
- Laurent, Eric., III Coloquio de la Orientación Lacaniana; C.O.L. Editorial Grama
- Lacan, J., Seminario 23, Editorial Paidós.
- Bassols, M., Comentario de mi testimonio presentado en VII Enapol «El imperio de las imágenes». Inédito.
- Ibidem (4)