Un grillo en la ventana
Marisol Gutiérrez
“Cualquiera sea el encanto de lo que está pintado en la tela,
se trata de no ver lo que se ve por la ventana” [1]
Conrado Nalé Roxlo, “el grillo de Caballito” pasaba su tiempo mirando a través de un catalejo por la ventana de su departamento que tenía un gran balcón hacia el parque Rivadavia. Era insomne. Escribía por las noches.
Decía que cuando uno mira por el telescopio ve las cosas tal como son, y que el humorismo es como mirar por el lado grande del telescopio, uno ve las cosas chiquitas.
Pensé entonces en el humorismo y en el análisis, en el trauma y en el sueño, en sus usos; en los sueños que están al servicio de sostener al Otro y dan consistencia a la escena del mundo y en esos otros que irrumpen y pueden usarse para anudar otra cosa, esos que se sostienen del Uno.
Un hallazgo: el tercer cuadro que Lacan toma de Magritte [2] es El catalejo, donde una ventana semi abierta deja ver el cuadro como tal y también la oscuridad que se filtra.
Invertir el uso común del instrumento que hace a la aprehensión fantasmática del mundo con el pathos incluido, permite apoyarse contra el aparato para abrir un poquito la ventana y poder ver de otra manera, con algo de distancia y cierta ganancia de satisfacción. No sin humor.
El sueño puede ser un grillo que devela “la hiancia súbita […] de una ventana”. [3]
NOTAS
- Lacan, J.: Seminario10, La angustia, Paidós, Buenos Aires, 2006, pág. 85.
- Lacan, J. “Jornadas de Otoño sobre el fantasma”, 1962, inédito.
- Lacan, J. Seminario 10, La angustia, Paidós, Buenos Aires, 2006, p.85
Fuente: “Buenos Aires al pie de la letra. La Torre vigía”, Canal (á).
Un mar necesario
Mónica Boada
Una mujer joven tiene una pesadilla a repetición durante años. Distintas versiones de una mirada horrorosa que emerge de un mar sin bordes. En todo caso, el borde lo pone la angustia que la despierta.
En el análisis, por un lado, se equivoca hasta el agotamiento el significante “mar” asociado a lo más vivo, amoroso y lúdico, como también a la muerte, temprana y traumática, cercana e incierta. Pero el mar es necesario, no cesa de escribirse.
Por otro lado, se localiza entre el sujeto y esa mirada de horror una cierta fascinación, un empuje a dirigirse allí, encarnada en la demanda de un Otro, que el decir del análisis tendrá que descompletar, refutar, inconsistir, indemostrar, indecidir. Única herramienta cuando lo femenino toma la vertiente del superyo.
Ese tramo del análisis culmina con otro sueño. Otra vez un mar, pero también una playa. Primero mira hacia dentro, hacia ese horizonte infinito, pero algo llama su atención en la orilla y desplaza su mirada hacia allí: dos niños, tal vez sus hijos menores, juegan. Dos montículos de arena le hacen suponer detrás de ellos (¿de los niños, de los montículos?) un pozo, tal vez producto del juego de los niños en la arena, pero también le preocupa que caigan dentro de él. Los montículos señalan el lugar del agujero –que no se ve– y eso la tranquiliza.
Un borde se escribe, por un lado, lo materno, un “tener” que detiene. Una orilla. También, con el tiempo, se escribe “otra mirada”, una que prefiere la bruma, los vidrios empañados o esmerilados, una transparencia opaca, que deja ver pero no del todo. Esa versión de la mirada siempre existió, desde pequeña, lo que es nuevo es su escritura. Es con eso que hoy escribe sus pequeñas ficciones fragmentadas y crea algunos objetos bellos y otros no tanto.