Sueño instrumento
Daniela Teggi
“Tengo todo el derecho, tal como Freud, de compartir mis sueños con ustedes. Al revés que los de Freud, no están inspirados por el deseo de dormir. Lo que me mueve, más bien, es el deseo de despertar. Pero, en fin, eso es particular” [1]
Tsukuro Tazaki se sintió golpeado cuando sus amigos negaron su existencia. Episodio traumático que lo marcó dolorosamente. “Quizá ya he muerto de verdad” [2]. Su cuerpo se transformó notablemente, perdió peso, lo contemplaba a diario en el espejo, ya no volvió a ser el mismo. Un sueño lo perturba, sueña con una mujer, dotada de una habilidad especial que le permitía separar el cuerpo y el corazón “Te ofrezco uno de los dos: o mi cuerpo o mi corazón. Ambos no puedo dártelos. Así que ahora mismo tienes que elegir uno, porque el otro se lo daré a otra persona” [3]. Esa idea le resultaba insoportable, lo paralizaba. El cuerpo se hizo sentir, “sus músculos se desgarraron, sus huesos crujieron y rechinaron (…) su corazón se aceleró igual que un motor al que aumentan las revoluciones”. La ira lo estremece y se disemina por su cuerpo. Se despierta con gran agitación, empapado en sudor, secaba insistentemente el cuerpo sin poder quitarse esa sensación. La sed y el beber algo lo recomponen del zarandeo. Un sueño de celos contrarresta ese anhelo tenaz de muerte que lo consumía, toca el cuerpo, su particular signo del despertar.
NOTAS
- Lacan, J.: “La Tercera”, en Revista Lacaniana 18, Ediciones Grama, Buenos Aires, 2015, págs. 22/23.
- Murakami, H.: Los años de peregrinación del chico sin color, Tusquets Editores, Buenos Aires, 2013, pág. 46.
- Ibíd., pág. 47.
- Ibíd., pág. 47.
Los traumas que valen la pena
Estefanía Bonifacio
Nadie dice todo. Nadie dice nada.
Lo deseable es decir poquísimo.
Callar no es más radical.
Callar es como raparse la cabeza:
el pelo vuelve a crecer.
Pero decir poquísimo, decir lo mínimo
que uno puede decir,
eso es lo que nos permite decir algo. [1]
¿Qué tienen esas palabras dichas en un análisis que se vuelven inolvidables? Esas que te tocan, que dan en el blanco, que modifican una vida y un modo de vivir. ¿Qué tienen esos versos de un poema que se vuelven inolvidables?
Es un misterio lo que acontece en la juntura de la palabra y el cuerpo. Podemos decir “hay allí una palabra poética”, ¿pero de qué efecto poético se trata? No toda poesía produce eso, no todo lo que se dice en un análisis nos marca. No toda palabra tiene esa potencia traumática: producir agujero.
El analista reproduce lo que los padres produjeron inocentemente [2]: el trauma del lenguaje. El colador a través del cual “el agua del lenguaje llega a dejar algo tras su paso” [3]: los detritos con los que jugaremos y con los que será necesario arreglárselas [4].
La palabra poética en análisis tiene la estructura del Witz, un modo particular en que sonido y sentido se unen en una palabra que no sirve para nada (no sirve para comunicar), una palabra que sirve para el goce.
A cada uno su traumatismo y su invención. ¿Pero qué tienen esas palabras de quien testimonia de su análisis (en un libro, entrevista, o testimonio de pase) que pasan al lector y lo tocan hasta volverse inolvidables? Es como preguntarse de dónde viene la poesía, es un misterio.
NOTAS
- Montalbetti, M.: Poema “Disculpe ¿es aquí la tabaquería?” de su libro El lenguaje es un revólver para dos, en Lejos de mí decirles. Poesía reunida (1978-2016), Editorial Matadero, México, 2019.
- Lacan, J.: El Seminario Libro 19 “…o peor”, Editorial Paidós, Buenos Aires, 2012, pág. 150.
- Lacan, J.: “Conferencia en Ginebra sobre el síntoma”, en Intervenciones y textos 2, Editorial Manantial, Buenos Aires, 2001, pág. 129.
- Ibíd.