Noche de biblioteca
Reseña Actividad 26 de Abril de 2017, EOL Sección La Plata
Así como «todo pensamiento que dura es contradicción», así, «todo amor que dura es odio» al decir de Marcel Schwob, una cita que sirviera de epígrafe a una de las versiones del amor que escucháramos la noche del miércoles en la apertura del ciclo de las Noches de Biblioteca de este año. Instándonos con aquella cita a abrazar el momento, la ocasión fue para mí especialmente amorosa cuando entre los versionadores se encontraban mis amigos.
La propuesta fue discurrir sobre el amor y sus versiones, como hubiéramos comentado días antes con una de las convidadas a este «banquete» de larga tradición filosófica, la que no se agota con Kierkegaard y Platón, seguramente hay tantas versiones del amor como hablantes, lo que no quita que cada discurso pueda precipitar lo que del amor como experiencia vívida consigue ser transmitido. Así se dieron cita psicoanálisis, filosofía y literatura con sus tramas discursivas, las que tomaron cuerpo con las voces de Adriana Fanjul, María de los Milagros Kruk y Nelson Mallach, acompañados por Manuel Carrasco Quintana, un anfitrión que no olvidó acentuar lo que se presenta como una necesidad, «sacar al psicoanálisis del solipsismo», ese al que sería conducido por el soliloquio de su jerga extendida.
Al principio era el amor… lanzando la primera piedra Adriana Fanjul describe el rápido pase del encantamiento a la incomodidad, suscitado por la cuestión y nos recuerda que la novedad en materia de amor que el psicoanálisis aporta, hace su entrada con la transferencia. Si ésta constituye una teoría analítica sobre el amor, es una pregunta que por formulada nos introduce a un cierto suspenso. En cualquier caso, la transferencia, proseguirá Adriana, no parece escapar de esos tres aspectos que todo amor trae consigo: «automatón, disimetría, imposibilidad». Efectivamente el encuentro amoroso se produce bajo el sesgo del azar, aunque no escapa por ello a cierto programa,una cierta «condición de amor», de este modo articula la conjunción entre azar y necesidad. Se podría decir que, entre ambos, el sujeto desea y lo que el mundo ofrece, se producirá una confluencia que la inventiva de un Bretón supo llamar «azar objetivo», que se fija a una suerte de guion. Es con la transferencia, sin embargo, que será posible una novedad para el amor, el analista sin ceder a la aspiración amorosa consigue operar una trasmutación respondiendo con su deseo, el del analista, haciendo virar el amor al saber hacia un saber sobre la causa de lo que se desea.
A su turno María de los Milagros Kruk, se hace eco de la sonada pregunta de Vinicio Capossela: ¿Che cos’è l’amor?, no para preguntárselo al viento sino a la propia filosofía y a su personaje, el filósofo, pues entre ellos media una relación como entre amante y amada. En tanto filia, la filosofía es una relación amante entre un alguien y un objeto a conocer. El filósofo como cualquier amante, no sabrá qué es el amor, ni tampoco lo qué ama, razón por la cual el amor se liga indefectiblemente a una carencia que se ubica en el registro del saber, carencia que impulsa cual motor. Pasando por los «tipos de amor», los «estadios de la ascesis que conducen al amor» como soberano bien, la pregunta persiste: ¿qué es el amor?, e incluso puede ser precisada: ¿el amor es por uno o por Otro?, solipsismo o alteridad. En lo que sigue María de los Milagros se detiene en esta divergencia entre lo que sería un amor desde el yo y el amor con Otro, la mismidad yoica de la armonía esférica o la alteridad que me desposee abriéndome a lo no conocido, incluso de mí mismo.
Hacia el final, ese rápido pasaje del encantamiento a la incomodidad, que fuera el comienzo de la presentación de Adriana, se hace texto en las dos escenas de Lo estéril, primero y segundo capítulo de una novela inédita leída por su autor Nelson Mallach, eco en el cuerpo de que hubo un decir. La primera escena nos emplaza en el encantamiento del niño, atareado en los detalles de Madrina salida cual María Félix de un precioso «estuche francés», «toda ella ajena al mundo» y el niño es ahí todo-mirada. Tras cuarenta años, en la segunda escena asistimos a la incomodidad del hombre frente a la agonía de Madrina, la que ahora descansa en el interior del ajado estuche, anticipación de un féretro. La memoria escritora narra, y al narrar narra al escritor, empeñado en escribir la historia entre mandato y legado. Una historia que es también la construcción de un amor, el que se presume devendrá odio, tras la apertura con el epígrafe de Schwob, una salida a lo que dura de aquella primera escena narrada, la del amor infantil epigrama del amor por la madre.
El estrecho enlace entre amor y odio al que nos arrojó trágicamente la cita del comienzo «todo amor que dura es odio», movimiento de apertura de la novela Lo estéril, se retomó con insistencia en la conversación que siguió, la reversibilidad entre el odio y el amor, el odienamoramiento un neologismo acuñado por Lacan contra la ambivalencia, el lugar del odio como salida del amor de transferencia en la elucubración de Melanie Klein sobre el fin de análisis y hasta la dificultad contemporánea de suscitar el amor al inconsciente, algunas de los cuestiones en las que la conversación se fue perdiendo en la noche.
Gabriela Rodríguez